martes, 29 de abril de 2008

inventario de lecturas [ 4 ]

En mis primeras vacaciones de la universidad releí tanto Cien años de soledad como Destinitos fatales y leí por primera vez La inmortalidad, Crimen y castigo y Sobre héroes y tumbas. Mi segundo semestre en la carrera de Ciencia Política fue soportable gracias a un curso llamado “Siglo XX en América Latina”, en el que descubrí a autores como Manuel Puig, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Alfonso Reyes, releí Pedro Páramo y me vi Memorias del subdesarrollo —de Tomás Gutiérrez Alea—. En este mismo curso también debería haber leído a Ángeles Mastretta y a Elena Poniatowska pero no hice la tarea porque ambas se me hicieron insufribles.


Me había inscrito en el curso de Latín I y me moría de la envidia porque mientras yo leía unos mamotretos aburridísimos sobre las teorías de la dependencia y de la modernización, metodología, el Estado Social de Derecho y la doctrina del realismo en las relaciones internacionales mis compañeros leían a El castillo, la Poética de Aristóteles, La muerte en Venecia, el Tratado de lingüística general de Saussure y Edipo Rey. Yo quería divertirme tanto como ellos y por eso decidí que el siguiente semestre le pasaría una carta al consejo del departamento de Literatura solicitando ser admitido allí.


Debido a los autores que descubrí en él, el curso “Siglo XX en América Latina” fue decisivo para mí. En el leí algunos textos que orientarían mis lecturas durante un par de años, entre los que se encuentran los siguientes:


- El Aleph, de Jorge Luis Borges


- Los cuentos Continuidad en los parques, Casa tomada, Lejana y La noche boca arriba, de Julio Cortázar


- Boquitas pintadas, de Manuel Puig


- Pedro Páramo, de Juan Rulfo



Recuerdo que durante ese semestre leí El lobo estepario, Aventuras de Arthur Gordon Pym y el primer número de la revista El malpensante. Durante las vacaciones de diciembre de 1996 vendí en una casa de cambio unos dólares que alguna vez me había regalado mi papá y en una sola tarde me gasté todo lo que me dieron en la feria popular del libro del Parque de los periodistas y en los saldos que en aquella época hacía cada año Alianza distribuidora en esa casa tan bonita de la carrera sexta con calle 67.


Recuerdo que ese día compré los siguientes libros:


- Pequeños cuentos misóginos, de Patricia Highsmith


- Las olas, de Virginia Woolf


- Bajo la mirada de Occidente, de Joseph Conrad


- Antologías de José Martí y Rubén Darío



No sé cómo escogí estos libros porque no estaba familiarizado con ninguno de sus autores pero sé que en ese momento el boom latinoamericano y Andrés Caicedo fueron mis guías de lectura: por rebote, García Márquez y Vargas Llosa me llevaron al resto de autores del boom mientras que Andrés Caicedo me despertó la inquietud por Edgar Allan Poe —que en su momento me gustó mucho— y por H. P. Lovecraft—que nunca me gustó—. Aunque lo más probable es que nunca en mi vida vuelva a leer a Andrés Caicedo, lo que sí tengo claro es que tengo una deuda doble con él porque la lectura de Destinitos fatales me hizo pasar momentos muy bonitos y me animó a lanzarme a descubrir nuevas lecturas.


Como me habían gustado García Márquez y Vargas Llosa, estaba seguro de que los demás autores del boom también me gustarían. Sin embargo, a la hora de la verdad me encontré con que una cosa era hacer una lectura superficial de esos textos de Cortázar y Borges que oscilaban entre lo lúdico y lo erudito y con que otra cosa muy distinta era enfrentarse a la densidad de Rulfo o Carpentier —que en ese momento me quedaron grandes y a quienes desde entonces no me he atrevido a volver a enfrentarme—.


Fue durante la temporada de vacaciones en Cartagena de diciembre de 1996 que leí Divertimento, de Julio Cortázar, y Peter Camenzind, de Herman Hesse.


En la próxima entrega de esta serie me referiré a lo que pasó en 1997, que para mi formación como lector fue un gran año.

2 comentarios:

Camilo Hoyos G. dijo...

Un gran año, asi como una gran entrada. Qué bonita le quedó, poeta. Felicitacions.

martín gómez dijo...

Estimado poeta, me alegra que desde la distancia le saque tiempo a la rumba y a la vida familiar para pasarse por aquí a fisgonear.

Un abrazo y mil gracias tanto por el comentario como por la felicitación.
Martín.