martes, 25 de septiembre de 2007

destino frankfurt [ 2 ] / el panorama de la traducción al castellano de obras escritas en catalán según jorge herralde

La lengua es uno de los vehículos privilegiados para la expresión de una cultura y de una identidad —también lo son la comida, las marcas que se llevan sobre el cuerpo, las creencias, la música, la tradición oral y muchos otros aspectos de la vida social—. Gracias al carácter perdurable de la escritura, a través de sus distintas formas podemos transmitir en un lenguaje común nuestras ideas, preguntas o inquietudes y dejar constancia de ellas para la posteridad. Supongo que además de ser particularmente crítico en el caso de las lenguas minoritarias, lo anterior explica por qué en ocasiones quienes las hablan las defienden encarnizadamente y recurren a ciertas estrategias para protegerlas de amenazas externas de todo tipo.


En todas estas cosas me hizo pensar el libro Autores catalanes traducidos al castellano, en el que Jorge Herralde presenta la colección que preparó Anagrama con motivo de la invitación de la culturar catalana a la Feria de Frankfurt que tendrá lugar próximamente.


En un capítulo titulado “Recepción de los autores catalanes traducidos” dice Herralde:


‘La acogida por parte del mercado español de la literatura catalana traducida no ha sido muy entusiasta, por decirlo de una forma suave. Por una parte, las librerías están muy invadidas por los autores españoles (más algunos, aunque no demasiados, autores latinoamericanos) y por las traducciones de países anglosajones.


Una situación muy similar a la de otros países europeos (de la Europa continental), donde sus respectivos autores nacionales y los anglosajones también son hegemónicos. Como es sabido, tan sólo un número reducido de autores traducidos del francés, italiano, alemán, polaco, etc., logra un apreciable número de lectores (estas consideraciones se refieren a la llamada literary fiction, concepto con márgenes algo imprecisos pero bien entendible).


Pese a las dificultades comerciales previsibles (y luego confirmadas), empecé a publicar a autores catalanes, al igual que hacía con otras literaturas continentales europeas, la francesa y la italiana es especial, a las que también podía acceder como lector. Por cierto, tampoco fueron precisamente gloriosas las ventas de autores como Pierre Michon, Julien Gracq, Claude Simon, Rayomnd Queneau, Giorgio Manganelli, Salvatore Satta o Gesualdo Bufalino, pero sus obras enaltecen cualquier catálogo literario.


El caso del autor catalán traducido sería, pues, similar al del autor europeo continental pero con algunos handicaps adicionales que agravan la situación. Por una parte, en Cataluña gran número de su posible público lo lee, claro está, en su versión original. Por otra, no hay que descartar la hipótesis de que, a ciertos lectores españoles, las onomásticas y toponimias que persisten en libros traducidos del catalán les produzcan un rechazo visceral. Por no hablar de la extrañeza que puede suscitar el hecho de que haya escritores que se empecinen en escribir en tan minoritaria lengua (…).


Además, los medios de comunicación en Cataluña dan cuenta de la publicación de los libros cuando aparecen en catalán; al traducirlos al castellano las migajas mediáticas que se obtienen son escasísimas. Para combatir estas carencias, cada vez se procura más la publicación simultánea en catalán y castellano. Pero el porcentaje es aún escaso, al contrario de lo que pasa con las traducciones de otros idiomas al catalán y al castellano, en la que, con mucha frecuencia, se pactan de forma fluida entre los editores en catalán y castellano la publicación simultánea y la promoción conjunta. Para completar el panorama, los escritores catalanes, salvo esporádicas y escasísimas excepciones, viajan poco por España, por lo que su red de alianzas y amistades, su network, es muy precaria, lo que no ayuda precisamente a favorecer su difusión.


Todo ellos, y pese a la calidad literaria de un número apreciable de escritores, ayuda a comprender la difícil penetración en España de la literatura catalana, como rama particularmente frágil, debido a los handicaps mencionados, de la literatura europea continental.


Y explica la dificultad de una política sistemática de traducción al castellano de las obras más valiosas y de los nuevos valores de la literatura catalana. Así, por ejemplo, en la década de los setenta, si bien recuerdo, se produjo una voluntariosa iniciativa de Alianza Editorial, en la que se lanzó una colección compuesta por títulos bien escogidos y bien traducidos, con resultados decepcionantes.


Sin embargo, en estos últimos años la compra de sellos catalanes por grandes grupos que publican habitualmente en castellano, como el caso de Columna, ahora propiedad de Planeta, ha propiciado un mayor número de traducciones al castellano en algunos de sus sellos.


También merece la pena reseñar un fenómeno inesperado: la publicación de best sellers previsibles (o confirmados) de autores en castellano que se traducen al catalán, algunas veces en lanzamiento simultáneo en ambos idiomas, y cuyos resultados han sido, al parecer, muy satisfactorios. Así los casos de Carlos Ruiz Zafón, Javier Cercas e Ildefonso Falcones’.


Herralde ya nos ofrece para el caso del catalán las apreciaciones agudas y certeras de quien conoce muy bien el mercado. ¿Qué pasará con el gallego o el euskera? ¿Qué pasará en otros países que tienen lenguas minoritarias?


Claramente este tema puede parecernos muy raro en un principio porque como uno de los principios de la expansión de la cultura occidental ha sido la homogeneización, nos cuesta trabajo darnos cuenta de que tanto ésta como las demás pueden llegar a encerrar una heterogeneidad de la que en ocasiones da cuenta la diversidad lingüística.

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