jueves, 14 de junio de 2007

el autor como marca y las putas tristes de gabo

Podríamos decir que hoy en día un autor es una marca que, por lo menos en esencia, tiene los mismos atributos que cualquier otra: tiene una identidad que lo distingue de los demás, puede sacar bajo su nombre varios productos que cubren distintos segmentos del mercado, puede ser gestionado por un brand manager —su agente literario o, en su defecto, su editor—, es promocionado a través de distintas estrategias de marketing, sus ventas dependen en gran parte del boca a oreja y su ubicación en el punto de venta puede llegar a ser un factor clave para el desempeño comercial de sus productos —por lo cual las tiendas cobran un dineral por colocarlos en un lugar concurrido y visible—.


Como sucede con cualquier otra marca, el prestigio de un autor es el mejor argumento de venta para vender sus productos. Debido a lo anterior un autor bien posicionado vende el libro que sea independientemente de la calidad de éste. Basta con ver las ventas que tiene hoy en día cualquier libro que saquen figuras como Gabriel García Márquez, Stephen King, José Saramago, Dan Brown, Paul Auster, John Grisham, Michel Houellebecq, Mary Higgins Clark, Paulo Coelho, Antonio Tabucchi, Danielle Steele, Isabel Allende, Susanna Tamaro o Arturo Pérez-Reverte.


Es más, cuando un autor triunfa con su tercer o su quinto libro el prestigio que éste le da sirve para jalonar las ventas tanto de sus libros anteriores como de los que escriba en el futuro. Para poner un ejemplo reciente, justamente esto es lo que sucedió con las novelas de Dan Brown anteriores a El código Da Vinci: Ángeles y demonios, La fortaleza digital y La conspiración —como lo destaqué hace un mes en mi entrada titulada ‘la esquiva fórmula del best seller’—. Acciones de este tipo, entre muchas otras, justifican lo que las editoriales llaman “una política de autor”.


Se me viene a la cabeza otro par de casos interesantes: a raíz del éxito de Tokyo Blues y Kafka en la otra orilla, dos novelas del japonés Haruki Murakami publicadas por Tusquets, hace poco Anagrama sacó de sus bodegas la novela La caza del carnero salvaje, de este mismo autor, que había publicado en 1992. Por otro lado, el nuevo sello La otra orilla —perteneciente al Grupo editorial Norma— aprovechó que el escritor colombiano Evelio Rosero se había ganado a principios de este año la segunda versión del Premio Tusquets con su novela Los ejércitos para publicar hace un par de semanas en España una novela del mismo autor llamada En el lejero, que su casa matriz había publicado en Colombia en 2003.


He hecho todo este preámbulo sólo para decir que hace dos días empecé a leer Memorias de mis putas tristes, de Gabriel García Márquez, y para confesar que aunque no esperaba mayor cosa, esta novela me ha producido una decepción que supera con creces mis expectativas iniciales. El estilo sobrecargado y lagrimón de la última novela de García Márquez, que raya en la cursilería, me ha parecido desconcertante. No sé si con los años al hijo del telegrafista de Aracataca —como él mismo se define— le ha entrado un sentimentalismo que se apodera de su pluma. Lo que sí sé es que aunque soy consciente de que la escritura de un autor debe evolucionar con el paso del tiempo, me cuesta trabajo asimilar que el mismo autor de Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba o El amor en los tiempos del cólera haya escrito frases como “descubrí, en fin, que el amor no es un estado del alma sino un signo del zodíaco” o “la sangre circulaba por sus venas con la fluidez de una canción que se ramificaba hasta los ámbitos más recónditos de su cuerpo y volvía al corazón purificada por el amor”.


Los libros de García Márquez se siguen vendiendo con un ritmo superior al de muchos otros long sellers. Incluso la edición conmemorativa de Cien años de soledad ocupa esta semana el segundo lugar en la lista de los libros de ficción más vendidos en España. Sin duda alguna el rendimiento en ventas del Nobel colombiano explica la puja que hubo en su momento por los derechos tanto de sus memorias como de su última novela.


Aunque actualmente las ventas de sus libros sean magníficas —y seguramente en el mediano plazo seguirán siéndolo—, considero que Memorias de mis putas tristes es una mancha en el conjunto de la obra de García Márquez que puede influir de manera negativa sobre la valoración que se haga de ésta en la posteridad.

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