viernes, 16 de febrero de 2007

kapuściński, mucho más que un maestro

Ryszard Kapuściński no fue un simple reportero que cubrió 27 revoluciones o 12 conflictos armados en cuatro continentes. Más allá de ser el profesional a quien García Márquez se refirió como un maestro del periodismo o al que Paul Auster señaló como el mejor escritor vivo del momento, el periodista polaco que murió el pasado 23 de enero fue una persona que se dedicó durante más de cuatro décadas a recorrer el mundo y a escudriñar todos los rincones de los lugares por donde pasó para entender lo que estaba sucediendo allí y dar cuenta de ello: desde la guerra de descolonización de Angola hasta la revolución islamista que llevó al derrocamiento del último Sha de Irán, pasando por el golpe de Estado de 1965 en Argelia, por la caída de la Unión Soviética y por la guerra entre dos pequeños países centroamericanos como consecuencia de un desacuerdo con respecto al resultado de un partido de eliminatoria para el mundial de fútbol de México 1970.

Tras terminar sus estudios de Historia en la Universidad de Varsovia, Kapuściński trabajó durante 23 años como reportero raso para la agencia oficial de prensa de Polonia (PAP). Como cuenta en Viajes con Heródoto, su último libro, su trabajo le permitió cumplir el sueño de ‘cruzar la frontera’. Con respecto a su obsesión de juventud, dice el veterano maestro: “La ruta me llevaba, a veces, a aldeas cercanas a alguna frontera. Pero no muy a menudo, pues a medida que uno se aproximaba a la frontera, la tierra se volvía cada vez más desierta y menguaban las posibilidades de toparse con alguien. Aquel vacío acentuaba el misterio de aquellos lugares. También me llamó la atención el silencio que reinaba en las zonas fronterizas. Aquel misterio unido al silencio me atraía y me intrigaba. Me sentía tentado a asomarme al otro lado, a ver qué había allí. Me preguntaba qué sensación se experimentaba al cruzar la frontera. ¿Qué sentía uno? ¿En qué pensaba? Debía de tratarse de un momento de gran emoción, de turbación, de tensión. ¿Cómo era ese otro lado? Seguro que diferente. Pero ¿qué significaba ‘diferente’? ¿Qué aspecto tenía? ¿A qué se parecía? ¿Y si no se parecía a nada de lo que yo conocía y, por lo tanto, era algo incomprensible e imaginable? Pero, en el fondo, mi más ardiente deseo, mi anhelo tentador y torturador que no me dejaba tranquilo, era lo más modesto, pues lo único que me intrigaba era ese instante concreto, ese acto básico que encierra la expresión cruzar la frontera”.

No cabe duda de que a fuerza de realizar durante muchos años un trabajo concienzudo Kapuściński se ganó el derecho a cumplir el sueño que su propia incompetencia o la racionalidad económica de los medios para los que trabajan les impide realizar a muchos periodistas: tener cientos de páginas para escribir acerca tanto de lo que han visto y de lo que han vivido a lo largo de sus vidas, como de las reflexiones que les ha suscitado el paso del tiempo.

Tal vez el legado más valioso que deja Kapuściński en sus libros es su testimonio en torno no sólo al esfuerzo de comprender lo que sucede en un lugar en algún momento dado, sino también a la necesidad tanto de empaparse de él como de observar su entorno para lograrlo.

En la página Web de la revista Granta hay una entrevista que le hizo Hill Buford a Kapuściński y un texto de éste sobre el recuerdo de su madre.

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